domingo, 27 de mayo de 2012

¿Sólo un paseo?


Pasear por las tierras que mis tatarabuelos, bisabuelos y mi propio abuelo han labrado con sus manos me hace pensar en lo mucho que el campo ha dado a mi familia y a mí misma. El campo a mí me da energía y a ellos se la quitaba a golpe de azadón cuando los tractores aún estaban por venir.


Todos hemos visto trigo al ir por la carretera con el coche, y todo sabemos que de él se hace la harina. Pero no sabemos que cada espiga tiene que dar unos 35 granos y que cada uno debe tener un tamaño mayor que un grano de arroz. Estas son las cosas que yo aprendo cuando, en cualquier momento del día, paseamos con mi abuelo por el campo.


Además él va contando multitud de historietas amenas de cuando era joven y los olivos que no se querían se tenían que cortar uno a uno, y se transportaban sobre un mulo después de haberlos serrado a mano. Y también habla de cuando yo era pequeña y nos llevaba en el remolque a mi hermano y a mí mientras nos revolcábamos en el trigo recién segado.


En el campo las cosas no son como en la ciudad. Allí no se vive mirando a lo que tiene el de al lado sino a lo que cae del cielo, no hay despertador pero se trabajan los siete días de la semana, y un poste clavado en la tierra delimita un terreno como si fuera un vallado electrificado.


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